Un día en Alameda

La Sierra Norte madrileña es un lugar realmente especial para nosotros dos. De los 42 municipios que la integran puedo asegurar que ya conocemos más de la mitad. Es por ello que no lo dudamos cuando tenemos algunos días libre y debemos escoger un destino en el que poder desconectar.

No exageraré si digo que ambos tenemos la ilusión de poder vivir allí algún día, aunque sea dentro de varios años y no contemos con el apoyo de muchas de las personas que nos rodean. ¡Estáis locos! Nos dicen continuamente. Pero qué más dará lo que digan cuando se trata de cumplir un sueño...


De entre todos ellos diría que, rodeado de enormes pastos poblados por un montón de vacas con sus terneritas y un río que unas veces lleva más caudal que otro, Alameda del Valle es el lugar que más nos ha marcado durante todo este tiempo. Un lugarcito pequeño que según los censos no cuenta con más de 100 habitantes (me pregunto dónde se meterán).

Más que un pueblo, es NUESTRO PUEBLO.



El pasado domingo el nene quiso darme una sorpresa de las suyas: vino temprano a recogerme y después de algo menos de una hora de trayecto nos encontrábamos en la plaza del ayuntamiento.

Y allí estaba él esperándonos, cómo no. El habitante más representativo de Alameda (al menos para nosotros): Oso. un perrito muy cariñoso que siempre anda vagando por las calles del pueblo recibiendo a hogareños y foráneos y al que, como veis, además de cogerle un gran cariño incluso nos hemos tomado la libertad de bautizarle con un nombre bastante poco original.

Las visitas al pueblo no son lo mismo si no está él.


Después de saludarle, compramos un par de refrescos, una bolsita de pipas saladas y pusimos rumbo hacia la ladera del río para disfrutar el uno junto al otro, sentados de la mano, de nuestro pequeño paraíso particular.


Aquella se trataba de una sensación hipnotizante: lejos del mundanal ruido de la ciudad, cerrar los ojos y escuchar el susurro del agua, el canto de los pájaros, el mugir del ganado para luego percibir un intenso aroma a vainilla. El nene había prendido su pipa, esa por la que comenzó a sentir curiosidad hacía escasos días.

Qué bien me sentía...


Pasamos una tarde estupenda conversando, reflexionando, soñando e incluso contamos con la inesperada visita de un enorme lagarto que, de imprevisto, se subió sobre las piernas de mi querido acompañante, dándonos un susto de muerte y regalándonos las mejores risas de la tarde. También paseamos entre la maleza y hasta nos amamos sobre la dureza de las piedras.

Aún estoy algo dolorida, pero debo admitir que ese es, sin lugar a dudas, el mejor recuerdo que me queda de aquella tarde. Y es que cada vez que siento esa punzada en la espalda, se apoderan de mí la misma vergüenza e incredulidad que le acechan a uno cuando sabe que acaba de cometer una pequeña locura.

Como es tradición, nos despedimos del hombre del campo con una importante decisión ya tomada.


Aunque no formaremos allí nuestra familia, Alameda del Valle será el sitio elegido. En su posada, celebraremos nuestra boda (por lo civil, por supuesto).

Nene, esto es para ti.
Espero que te guste.