Ya se fueron los veintitrés

Estaba totalmente hecha a la idea de que no podría verle hasta la noche: él tenía que trabajar porque la madre de su compañero se puso enferma de repente y no pudo cubrir su turno para así pasar toda la tarde juntos.

Una pena...

Pese a que ya era algo tarde yo todavía estaba remoloneando en la cama (me encanta...) cuando, como de costumbre, el nene me llamó para darme los buenos días:

Él: Hola, cariño.
Yo: ¿Qué tal mi amor? ¿Cómo te fue la clase hoy?
Él: Muy bien, pero el tipo ese explica demasiado rápido y no puedo coger apuntes.
Yo: Vaya...
Él: ¿Te levantaste hace mucho?
Yo: Tampoco mucho, hace un ratito (mentira piadosa). Me despertó mi amiga, que me mandó un SMS.
Él: Anda ¿y qué te dijo?
Yo: Nada. Era para felicitarme.
Él: Ah...
Yo: ... (¿no me felicita?)
Él: ¿Qué te iba a decir, bebé?
Yo: Dime, papi
Él: ¿Me abres la puerta?
Yo: ¿¿¿¿¿QUEEEEEEEEE?????

Entonces apareció él detrás de la puerta, con un regalito en la mano y una enorme sonrisa en el rostro.

Lejos de sorprenderse de mis pintas lo primero que hizo fue comerme a besos y decirme que le encantaría verme así todas las mañanas. Y yo mientras tanto no podía hacer otra cosa que permanecer allí de pié, pasmada, despeinada y en pijama, sin dar demasiado crédito todavía a lo que estaban viendo mis ojos.

Me alegro de no haberme visto la cara, porque debía estar realmente ridícula.

La visita no se alargó mucho más de lo que nos duró un café, pero la ilusión y la alegría permanecieron en mi interior durante toda la tarde. Y los achuchones que no le pude dar a él, se los llevó Pocoyó.

Vale, lo admito: Al contrario de lo que le sucede a la mayoría de la gente, a mi me encanta cumplir años. Os aseguro que si todos fueran como el de hoy, no me importaría nada celebrarlos cada día.

Y eso que todavía no lo hemos celebrado a lo grande...

"Que este sueño dure para siempre"