Cuidados intensivos

Una supuesta tendinitis se ha apoderado de mi pie derecho (al menos eso me dijo el médico de cabecera). El dolor me está matando esta noche, así que son incapaz de cerrar el ojo.

Es eso lo que me ha llevado precisamente a recordar aquellos años en que mamá se quedaba pegada a nuestra cama, velando nuestras fiebres y curándonos con un montón de arrumacos, besitos y alguna que otra caricia.

Reconozco que si por alguna razón me apena crecer es sin duda por la pérdida de aquellos mimos.

Aunque, por suerte, a medida que nos hacemos grandes y nos vamos deshaciendo de esos cuidados intensivos de aquella que nos dio la vida, aparecen en nuestro camino otras personas que también se preocupan de nosotros, nos cuidan, nos dan calor y hasta nos curan.

Es genial tener un enfermero particular, y no sólo por el hecho de que me obligue a seguir el tratamiento sino por el cariño que me transmite cuando me llama para preguntar cómo estoy, mientras me regaña por no hacer caso de las recomendaciones del médico, cada vez que me masajea la zona para echarme alguna crema o me pone el pie sobre sus rodillas para que lo tenga en alto.

Eso sí que es amor. Y más en mi caso, con lo mal paciente que soy yo (no porque sea quejita, sino porque me paso los tratamientos por donde la espalda pierde su casto nombre).

Estoy segura de que gracias a él me voy a curar mucho antes. Por eso, a partir de hoy, voy ser una niña buena.

Lo prometo.