Paseando por el pulmón

Entre todos esos caminitos y el bullicio de sus gentes, se percibe un ambiente distinto. Casi mágico.

Sus jardines, arboledas y numerosas fuentes, le otorgan una atmósfera diferente a un par de grados menos de esta sofocante temperatura que acosa la ciudad sin apenas descanso durante los largos (que no tediosos) días de agosto.


En su lago puede observarse el reflejo de una multitud de maltrechas barquitas que portan sobre sí un puñado de parejas enamoradas y familias unidas que reman ilusionadas, unas con destreza y otras torpemente, aunque sin perder la sonrisa del rostro.

Y mientras tanto, bajo ellos, una marabunta de peces que jamás pierde el apetito se pelea por un pedazo de pan (o cualquier otra cosa levemente comestible) que un pequeño, curioso, les ha arrojado desde la barandilla.

Cómplice de locos primeros amores y testigo también de tantas otras desilusiones, el Parque del Buen Retiro es, sin duda, de los lugares más especiales de Madrid. Mi querida Madrid.

Hacía mucho tiempo que no caminábamos por allí, pero fue un auténtico placer descubrir que sigue igual que siempre, aunque sin ardillas.


Después del agradable paseo y un masaje en forma de sorpresa, sólo puedo pararme a recordar todo lo que a lo largo del tiempo he(mos) vivido sobre su cesped, mientras deseo que nuestro rincón (y el de todos los madrileños) jamás pierda esa fresca fragancia que se mezcla con el ruido de la chiquillería al son de una batucada, algo de multiculturalidad, varios espectáculos callejeros y, sobretodo, muchos besos.

Las fotos son terribles.
La cámara de bolsillo no da más de sí.