O al menos así lo afirma un estudio pionero realizado por científicos de la Universidad Wisconsin-Madison, el cual revela que es posible ejercitar la empatía, de la misma forma que aprendemos a tocar un instrumento o practicamos un deporte.
Para llegar a esta conclusión, el psiquiatra Richard Davidson recurrió a las imágenes obtenidas mediante resonancia magnética funcional, que permiten observar el cerebro en funcionamiento.
En concreto, sus experimentos se han centrado en analizar los efectos de las técnicas de meditación compasiva, que potencian “la bondad, entendida como el deseo de felicidad para los otros, y la compasión o el deseo de aliviar el sufrimiento de los demás” según explica el propio investigador, que ha trabajado durante muchos años personalmente con el Dalai Lama.
De este modo ha podido comprobar cómo al escuchar la voz de una mujer afligida o la risa de un bebé, se activa en nuestro cerebro una región vinculada a las emociones conocida como ínsula. Y ha demostrado que su actividad es mucho más intensa en un monje budista tibetano que en cualquier otro sujeto.
Además, los experimentos revelaron que las personas entrenadas en la meditación compasiva también exhibían mayor actividad en ciertas zonas del hemisferio derecho cerebral vinculadas a la empatía, especialmente a la capacidad de sentir el estado emocional y mental de los demás.
Así, Davidson, que también está interesado en poner a prueba estas técnicas en adolescentes para prevenir la agresividad y la violencia, afirmó que es posible sacarle provecho de nuestra plasticidad cerebral para potenciar la compasión y la felicidad, e incluso para combatir la depresión.
Pues nada, señores, ante tan grandioso y optimista descubriento hagan ustedes el favor de ponerse pronto manos a la obra porque el mundo anda que casi da asquito vivir en él...
Para llegar a esta conclusión, el psiquiatra Richard Davidson recurrió a las imágenes obtenidas mediante resonancia magnética funcional, que permiten observar el cerebro en funcionamiento.
En concreto, sus experimentos se han centrado en analizar los efectos de las técnicas de meditación compasiva, que potencian “la bondad, entendida como el deseo de felicidad para los otros, y la compasión o el deseo de aliviar el sufrimiento de los demás” según explica el propio investigador, que ha trabajado durante muchos años personalmente con el Dalai Lama.
De este modo ha podido comprobar cómo al escuchar la voz de una mujer afligida o la risa de un bebé, se activa en nuestro cerebro una región vinculada a las emociones conocida como ínsula. Y ha demostrado que su actividad es mucho más intensa en un monje budista tibetano que en cualquier otro sujeto.
Además, los experimentos revelaron que las personas entrenadas en la meditación compasiva también exhibían mayor actividad en ciertas zonas del hemisferio derecho cerebral vinculadas a la empatía, especialmente a la capacidad de sentir el estado emocional y mental de los demás.
Así, Davidson, que también está interesado en poner a prueba estas técnicas en adolescentes para prevenir la agresividad y la violencia, afirmó que es posible sacarle provecho de nuestra plasticidad cerebral para potenciar la compasión y la felicidad, e incluso para combatir la depresión.
Pues nada, señores, ante tan grandioso y optimista descubriento hagan ustedes el favor de ponerse pronto manos a la obra porque el mundo anda que casi da asquito vivir en él...
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1 comentario:
Es curioso, hace unos días hablaba de este tema con una amiga.
Yo creo que la empatía tiene mucho que ver con la inteligencia emocional, yo ponía el ejemplo (casualmente también) de cuando tuve a mi hijo. La madre tiene que empatizarse con el bebé para poder comprenderlo.
Es un tema interesante y que me alegra que empiecen a estudiarlo un poco más.
Saludos!
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