Volver a llorar y que no estés para abrazarme ni para consolarme. A caminar sola por las calles, sin que me pases el brazo sobre los hombros o me cojas por la cintura. A que ya no sean tus besos los que me despierten, sino los berridos de un viejo despertador.
Volver a intercambiar las palabras detrás de una pantalla, los susurros a través del teléfono y las miradas sólo una vez a la semana.
Volver, en definitiva, a echarte de menos.
Volver a cambiar agua por asfalto, la brisa del mar por la contaminación de la ciudad. El calor del verano por el fresco del otoño.
Volver y descubrir que ella ya no está aquí.
Volver a levantarme cada mañana antes de que el sol lo haya hecho aún. Cargar la mochila de libros y los cuadernos de lecciones que deberé aprenderme, como cuando era niña, para aprobar a final del trimestre y ser toda una mujer.
Volver a la normalidad.
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