Siempre que jugamos a ponerle nombre a nuestros muñecos, o cuando les das vida y ellos charlan conmigo como por arte de magia, e incluso me muerden o se pegan entre ellos. O cada vez que me dedicabas un solo con tu guitarra imaginaria, una Kramer de color rosa fosforito.
Cuando me coges de la mano por las calles y me cruzas la carretera para que no me pille un coche, o cada vez que me obligas a terminar toda la comida de mi plato y después me chantajeas con comprarme un helado si me porto bien.
Siempre que me das besitos en la nariz y me la coges prestada, porque te encanta, o cuando simplemente me la quitas sin pedir permiso y te la pones tú, porque quieres estar guapo. Si hasta te la regalé y la guardaste en tu cajita para que no se perdiera.
Y cuando me haces pedorretas en el cuello, o en la tripita, como a los bebés, y luego me haces cosquillas en la espalda, porque te encanta ver como me revuelco de la risa. O cuando me abrazas muy fuerte, muy fuerte.
O cuando me explicas un montón de cosas interesantes y yo las escucho atenta, para aprendérmelas tan bien como te las sabes tú. Y también cuando yo te regalo mis dibujos a ti.
Cuando me das azotes en el culete o me riñes porque te hago alguna trastada y te contesto con un “Sí, papi”. O cuando me miras de reojo si soy mala y me transformo de nuevo en una niña buena.
O cuando me dices que me quieres "todo esto", abriendo los brazos todo lo que puedes y yo te hago trampas diciendo que te quiero hasta la luna ida y vuelta siete veces.
Y es que me encanta sentirme así: como una niña grande. Como si fuera de capaz de conservar la inocencia y la ilusión de mis primeros años y nada ni nadie pudiera arrebatármelas, porque son mías y porque te tengo a ti para que me protejas de la mala gente.
2 comentarios:
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